Coleccionistas de cabezas

Las cabezas cortadas eran el trofeo de guerra más preciado entre los celtas. Regresaban con las cabezas adornando los carros, ensartadas en lanzas e incluso colgando de los cinturones. Después pasaban a formar parte de la decoración de la casa o del poblado.

No era una simple "cosecha de cabezas". Al considerarlas como residencia del alma, eran cortadas antes de que el espíritu abandonara el cuerpo, por lo que no eran simplemente un trozo de carne y hueso, sino un objeto mágico. El espíritu del vencido debía proteger a aquel que de algún modo era su dueño.

Podría decirse que había una auténtica fiebre de coleccionistas y era un gran motivo de orgullo poseer "ciertos ejemplares", como podían ser grandes guerreros o reyes de especial importancia. Eran una de las cosas que se mostraba a los invitados y que incluso llegaban a embalsamar de manera rudimentaria con e caro y escaso aceite de cedro (árbol endémico del Líbano) o en orzas de miel.

Contra más valor y fama haya cosechado el enemigo, más poder se atribuía a su cabeza. Era una manera de reconocer la importancia del guerrero, un homenaje que no merecía otro tipo de personas. Pero el poseedor tenía el poder de mantener aprisionado al espíritu de su oponente vencido. Era el precio de la derrota.

Diodoro escribió: "Cortan las cabezas del los enemigos muertos en la batalla y las cuelgan de los cuellos de sus caballos ... Embalsaman en aceite de cedro las cabezas de sus enemigos más distinguidos y las guardan cuidadosamente en una caja, enseñándolas con orgullo a los visitantes, diciendo que por esa cabeza uno de sus antepasados, o su padre, o el propio individuo rehusó el ofrecimiento de una gran suma de dinero, dicen que algunos de ellos se vanaglorian de haber rehusado el peso de la cabeza en oro".